Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia. La espera como un techo de cristal en la historia de las mujeres.
Se estrenó el 9 de abril en Córdoba “Yo estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia” de Jean Luc Lagarce. Obra ganadora del premio FEATEC (Fondo estímulo a la actividad teatral cordobesa) 2016, de la Municipalidad de Córdoba. Esta obra plantea un drama que sondea la subjetividad femenina a través de la espera del hermano ausente. La espera como estado que la cultura heteropatriarcal ha señalado como atributo femenino, es sin embargo lo que ha marcado la subjetividad de miles de mujeres durante varios siglos, no sólo en sus vidas vinculares, sino en su ubicación social y política en la historia moderna y contemporánea. Esta afirmación nos invita a reflexionar en una clave post- feminista la espera de estas cinco mujeres rurales.
(…) Cinco mujeres y un hombre joven, venidos de todo, venidos de la guerra y de sus batallas, al fin volver a su hogar, que está aquí, en la casa, ahora, gastado por la ruta y la vida, medio dormido o medio muerto, nada más que eso, venido a su punto de partida para morir. Ellas lo esperaban, hace mucho tiempo, años, siempre la misma historia, y jamás ellas lo esperaban volverlo a ver vivo, desesperadas por no tener noticias de él, ninguna carta, jamás, ningún signo que hubiese podido asegurarlas o hacerlas renunciar a la espera. Hoy, podrán al fin, obtener ellas alguna palabra, la vida que soñaron, ¿obtener la verdad? Luchamos una vez más, la última vez, por ser, repartir los restos del amor, nos peleamos la ternura exclusiva (…) (fragmento de la obra)
El motivo que explica, desde el título del comentario, la desigualdad de género se llama “techo de cristal”. Esta metáfora, nacida por vía de los estudios feministas y de género, hace referencia a la existencia de barreras invisibles que encuentran las mujeres a la hora de abrirse paso en su carrera profesional o ámbito de trabajo, e ir alcanzando puestos de mayor responsabilidad. Aquí, según mi hipótesis, la espera de los cinco personajes mujeres puede leerse como una metáfora de ese techo. ¿Sólo hay barreras invisibles en el mundo laboral? Esta obra parece traernos muchas preguntas acerca de este encierro y condicionamiento que implica para estos personajes femeninos haber esperado que el hijo, hermano y nieto llegue de una vez por todas pero a morirse.
El planteo dramatúrgico que hace Lagarce a través de sus discursos es lograr una poesía dramática que deja fluir el profundo manantial de la subjetividad, se ven fugas, posibilidades de salida, de transformación. Qué piensan, qué dicen, cómo hablan de sus vidas cada una de ellas es lo que este autor pone en sus bocas, son personajes que se construyen, no desde su psiquis sino desde sus palabras. Para este autor las palabras suenan, tienen ritmo y métrica precisas. Lagarce juega con la espera cómo Becket lo hizo con Godot, pero aquí Godot llega ya muerto y transforma de alguna manera la angustia del vacío, recrudeciéndola con la muerte.
Parece que por momentos se han encerrado sin encerrarse, hablan de un afuera, representado en el pueblo como el panóptico social que las vigila, expresado en el qué dirán de nosotras. Todas han vivido lo mismo pero no lo han vivido igual, cómo es de esperar cuando se trata de vivencias compartidas.
Los personajes masculinos están presentes de una manera particular, su presencia es ausencia, partida y muerte. Esta oblicuidad de lo masculino es interpelada desde los discursos de las cinco mujeres como un poder que determina y condiciona la vida a través de la violencia simbólica y física. Las más viejas se rinden ante ese poder y las más jóvenes lo acicatean, lo pelean, intentan subvertirlo. Cada una cumple un rol generacional y así funciona un orden ontológico profundo cimentado en las posiciones heteronormativas asignadas al nacer. Un proceso cultural de gran perdurabilidad y estabilidad en el tiempo.
En relación al lugar de lo masculino, y por ende su oposición dicotómica lo femenino, como así también de lo familiar, sus roles y posiciones, Soledad González la directora de actrices, escribe esta reflexión:
Pienso que la obra no habla de una familia disociada o disfuncional sino que habla de una familia asociada y funcional pero de mujeres-que se sostienen. Pensé en esas fotos de familia donde siempre el hombre ocupaba un rol central y pensé que la foto de esta obra es “la foto de familia sin el hombre”, una nueva familia posible -o con el hombre recortado, su espacio vacío- la ausencia de la que habla Lagarce que vuelve para hechizar y sacar todo afuera. Sería la ausencia o el dejar afuera un modelo de hombre masculinizante y patriarcal.
Porque la obra nos habla de eso, de una ampliación de conciencia en medio del dolor: poner en palabras la intensidad subjetiva, la mirada de cada una. Y ninguna es un tipo de la literatura masculina “la abnegada aniñada tan argentina” o “la resignada alienada”, no. Todas negocian con el Yo de cada una y salen victoriosas, combustionan y se hacen cargo del presente. La obra habla de un correrse de la violencia, si y no una violencia de género, porque la violencia sucedió “el relámpago del crimen” entre dos hombres, hoy ausentes, el padre y el hijo “siempre queriendo destruirse el uno al otro”. La violencia que genera ser parte de otra violencia que no es propia pero que no se puede parar.
Y estas mujeres, cuando esta violencia cesa, porque los hombres ya no están, se re-construyen y eligen el apaciguamiento, el ser lejos de la violencia, una familia sin hombres. La obra habla de un correrse de la violencia de un mundo masculinizante que pugna por destruir al otro.
La obra habla de un correrse de la violencia de un mundo masculinizante que pugna por destruir al otro y lo hace en filigrana.
En esta cita es interesante destacar la lectura que hace Soledad González de lo patriarcal, sobre todo porque se niega a considerarlo solo en su aspecto de dominación y lo piensa como un lugar productivo, y lo lee poéticamente como una posible metáfora del cambio. Vale decir que esta apreciación es posible desentrañarla desde la puesta en escena y desde un concepto de despojo de lo dramático en la actuaciones; ya que proponen un objeto escénico que no cae en el discurso victimizante de las mujeres, discurso corrosivo como signo cultural y poco alentador de un pensamiento de cambio. Es por eso que a mi entender de espectadora, la muerte actúa como un punto de inflexión y una posibilidad de ese cambio. Esta puesta en escena y sus conceptualizaciones proponen abandonar modelos, ampliar la mirada, correrse de los estereotipos, para encontrar al menos las fugas de otras voces.
Retomando el concepto poético de filigrana, esta puesta en escena trabaja con la idea de una filigrana como una trama sutil, un bordado, un tejido, también una labor muy antigua, pero algo persistente algo profundo arraigado en la memoria que hay que convocar, despertar, poner a hablar. En este poner a hablar también los espectadores involuntariamente hacemos actos de memorias de filigrana compartido, ya que estas mujeres resuenan con las de nuestras propias familias y también los varones ausentes resuenan, parece que fuimos invitados a pensarnos en familia o en nuestras familias, a dirimirnos como espectadores de un pasado individual y un pasado colectivo que se conjuga con lo que les pasa a las mujeres de esta puesta en escena.
Cuando vi esta puesta por primera vez en un ensayo a la que fui invitada, tuve una importante reacción emocional como espectadora, eso que poéticamente decían los personajes me activaron recuerdos de escenas familiares, no fue un sentimiento dramático o compasivo, sino un descubrimiento amoroso y doloroso de un marco compartido, un filigrana hecho de siglos, bordado a la fuerza de una violencia simbólica y física que atraviesa lo femenino dentro del heteropatriarcado en el que vivimos las mujeres y toda persona feminizada en el mundo.
La gran pregunta que deja instalada esta puesta en escena tiene que ver, a mi entender, con invitarnos a desentrañar esta fina trama desde un lugar íntimo pero no por eso menos político, nos invita a estar ahí cerca, casi mirándonos a los ojos, a los ojos de qué o de quién. A los ojos de unas realidades domésticas que, por más localizadas que sean, interpelan lo social en sentido macro, sobre el lugar de las mujeres en el mundo. Un mundo que -por suerte- hemos puesto en disputa y si bien hemos ganado algunas de ellas en ampliación de derechos, aún resta a la luz de los acontecimientos actuales, mucho camino por recorrer.
La puesta en escena como una experiencia de la fisicalidad y la sonoridad de la palabra
Desde la puesta en escena se puede interpretar que aquí la palabra es considerada y puesta en boca cómo los ríos de la conciencia que fluyen, corren rítmicamente, repetidamente. Se trata de monólogos articulados en diálogos que desentrañan la angustia femenina no cómo única y estereotipada, sino como diversa, heterogénea y contingente. Hablan cinco mujeres diferentes pero iguales, familiares pero distintas. Los gestos y las acciones de los personajes tienen por momento una partitura precisa como una danza, gestos repetitivos que no solo integran la partitura de movimientos en la escena, sino que cobran alta significación simbólica dentro de la trama. Puede verse en el personaje de la madre cuando cada vez que es aludida o nombrada, levanta la mano en un gesto obediente, que a medida que se repite provoca en la expectación mayor analogía simbólica; también la danza de los trabajos domésticos actúa como un significante parecido, ambos connotan las dominaciones culturales que atraviesan a las mujeres, la abnegación y obediencia implícitas en la configuración de las maternidades heteropatriarcales y la rutina y borramiento económico del trabajo doméstico, un campo de subordinación femenina, pero también un lugar de resistencia política muy complejo y muy discutido aún hoy en los feminismos contemporáneos.
Los sonidos por momentos generan pequeñas inflexiones en este hablar profundo; a veces funcionan como un breve descanso o como estados que acompañan o disgregan la acción de estas mujeres en su casa. La puesta de luces, como así también el concepto escenográfico, crean una imagen de despojo, de espacio abierto lleno de fugas y de lugares indeterminados creando cierto clima de extrañamiento de manera sutil y en función de las acciones ejecutadas por las actrices.
Sobre la puesta en escena, el texto y la conceptualización dramatúrgica creada por este equipo de mujeres, Soledad González señala:
Jean-Luc Lagarce. A 22 años de su muerte, es el autor francés moderno más llevado a las tablas, más traducido. Ya es un « clásico del siglo XX » y llegó casi a la altura de Koltès. Ambos murieron de sida y ambos podrían ser los íconos teatrales franceses de la gran plaga.
En “Yo estaba en mi casa y esperaba que llegara la lluvia”, vuelve el Ausente. La historia de un tipo que se fue y que vuelve: ese es el gran tema del teatro de este dramaturgo. Vuelve al lugar de sus orígenes, al pueblo, a la familia, para morirse. O vuelve de entre los muertos para dialogar con los vivos, para precisar cosas, para revivirlas, aun sabiendo que es imposible cambiarlas. Las palabras, tal como los personajes, no son para nada trágicos, su indecisión desata las risas… Nadie se salva del ridículo, pero el ridículo es tan solo un estado pasajero. Es una obra sobre la ampliación de consciencia, en este caso la ampliación de consciencia femenina generacional. Es el tema que nos interpela en este siglo XXI. No queremos más voces de mujeres aplastadas por la tragedia y la imposibilidad de sincronizar sueños y realidad (lo dejamos para los siglos XIX y XX)
Las obras de Jean-Luc Lagarce hablan de la familia, de la provincia, de la época, pero lo hacen sin ningún realismo, sin ninguna preocupación por la psicología de los personajes, aun cuando éstos tengan una carga emocional fuerte. La escritura de Lagarce es íntima y distante, precisa e indecisa, busca la palabra, la repite, la cuestiona, estableciendo una relación de desconfianza, no sólo con lo dicho, sino con la acción.
Desde la puesta en escena no predomina un concepto desolador y escéptico de lo humano como valor filosófico, más bien plantea espacios de fuga, vectores de salida, que aunque no están en escena, nos queda la tranquilidad que no van a seguir así. La muerte las despierta, parece mostrarles otra posibilidad. No se trata de mujeres locas o alienadas, se trata de mujeres cercanas, de vida cotidiana, que se arman en la espera, que le encuentran sentido a eso que tienen, que rasgan el velo de la libertad, que se piensan y que aprenden en cierto punto a amarse. ¿Puede ser lo doméstico un lugar de empoderamiento?
Quizá el giro poético de esta puesta arriesgue una aproximación a esta pregunta. Estas cinco mujeres no lamentan su espera solamente, se piensan a sí mismas, han construido un universo para sobrevivir no para quedarse allí, han vivido la espera como una consecuencia de actos de otros. El padre y el hijo/hermano/nieto se han disputado su masculinidad de manera flagrante y destructora. Ellas todas fueron atravesadas por esa violencia del padre hacia el hijo, aunque cada una la asuma de manera diferente.
Lo más llamativo es ver como la presencia masculina actúa fuertemente desde su ausencia pero esto no significa que ellas hablan sólo con rencor y dolor de lo masculino, sino que también nos cuentan de sus amores, de sus deseos y de sus miedos, en un clima pendular entre la ternura y la crueldad.
En relación a que la trama de la obra se desarrolla entre estas mujeres es un equívoco pensar que sólo aludirán a cuestiones referidas a lo femenino, ya que al tener en cuenta las implicancias sociales del concepto de género, la información sobre mujeres es sin duda información sobre los hombres dado que ambos se definen por oposición.
Esta puesta en escena propone fugas para resquebrajar el techo de cristal desde la propia subjetividad femenina, pone en marcha el pensamiento crítico respecto de nuestros propios estereotipos de género en relación a lo que debe representar lo femenino y lo que no. Nos deja pensando casi sorprendidos cual el efecto resonador de una piedra en el estanque. Estas mujeres sondean las múltiples voces de mujeres posibles.
Ficha técnica
Actrices: Lucía Pihén, Liliana Angelini, Carolina Aguerrido, Caita Barberán y Valentina Calvimonte.
Traducción y dirección de actrices: Soledad González.
Dirección general: Liliana Angelini.
Funciones los domingos a las 20.30 en Medida x Medida, Montevideo 870.
Foto de portada: Sol Avila Vázquez