Esperando el Lunes. Las mejores historias son las que nunca terminan
El autor nos comparte las impresiones que le dejó la puesta del texto dramático de Carlos María Alsina, con actuaciones de Daniel Bonzzi y Leandro Jara, en la ciudad de Santa Fe.
Arranco esta crítica con una confesión de parte: “Esperando el Lunes” tiene una significación especial para mí. Fui testigo y en cierta medida partícipe de su gestación: gente conocida, amigos, en un lugar de encuentro como el Teatro de La Abadía. La obra se estrenó ahí, luego se largó a los caminos, evolucionó y también murió. Y ahora renació, con elenco renovado, con músico y música nueva, con la convicción, compartida con el autor del texto, de que “las mejores historias son las que nunca terminan”. ¿Se puede ser objetivo en estas circunstancias? Es difícil, pero no imposible. Lo voy a intentar.
“Esperando…” es una puesta despojada. En su momento arrancó así y ahora no ha cambiado esa forma. Apenas un banco de plaza en el escenario, que nos propone ese lugar donde ocurrirá todo. Plaza. Espacio. El nombre de la obra tironea la interpretación hacia el tiempo: dos personajes que esperan, se encuentran y viven separados por una marea de tiempo, uno viejo, el otro joven. Lunes. Tiempo. Un tiempo lineal, progresivo, ineluctable. Las horas, los días, las estaciones pasan. Pero el lugar -y sus personajes- permanecen. Los que saben denominan a eso isotopía. Me aferro a ese hilo conductor. Porque la puesta, a pesar de proponer al tiempo como su conflicto principal, también tira puntas, y no pocas, en la cuestión espacial. Un texto rico en imágenes, en metáforas, en poesía, en un espacio prácticamente desnudo. Los que saben dicen también que el espacio escénico resulta, en general, una representación del espacio interior de los personajes: un espacio desertificado nos sugiere un interior empobrecido de estos personajes, y resulta que ese espacio escénico es también espacio público. Público por definición y teatralmente abierto a nuestra mirada. Espacio interior en un espacio público, una expresividad profusa en un marco desnudo. Una figura, una relación, dicen, esencialmente dialógica y también de apertura al drama.
Y en efecto, la puesta es un extenso diálogo entre esos dos personajes que apuestan cada uno al otro, con resultados disímiles. Entre esos dos personajes aparece “otro”, que demarca la “separación” entre los cuadros que componen la puesta haciendo apariciones y desapariciones que enmarcan lo que ocurrió, o lo que ocurrirá. Una presencia enigmática, que agrega una cuota de fantasmagoría a la escena. Ese “personaje”, un músico que hace las veces de comentador o narrador poético, inyecta en la puesta cuestiones estéticas por demás interesantes. Para empezar, realza los componentes épicos que son tan importantes en la dramaturgia de esta obra, a través de música y canto en vivo, de una proyección sonora claramente identificada. Y también impactan los géneros musicales elegidos (folk-rock) que, por lo menos en mi caso, tiñeron mi recepción de lo que ocurría en torno al banco de plaza de un color operístico rock. Un hallazgo de la dirección.
Los otros dos, un joven vacío de experiencias y un viejo vacío de… pertenencias, se van enfrentando aportando su inventiva y su fe en un juego de persistencia. En esa disputa se lucen los actores con un despliegue convincente, cada uno partiendo desde su lugar. En esa contienda el humor hace su aparición, un humor ácido -que a mí me complace sobremanera- cruzado con momentos de dramatismo. En otro lugar he dicho que esos cruces me gustan. Y de nuevo los disfruté.
Más arriba dije que me iba a aferrar al hilo conductor del espacio en lugar de ir por el del tiempo, como si pudiera separar el hoy, el ahora, del espacio que ocupo. Y creo que “Esperando…” un poco se trata de eso, de esa expectativa desmesuradamente humana, de poderío humano y racional, de separar espacio y tiempo, intentando rellenar uno con el otro… como ese edificio que nunca termina de ocupar su espacio porque pareciera que no hay tiempo para terminarlo. Me estoy poniendo poético. Y eso se lo adjudico al impacto de una dramaturgia cuidada, bellamente expresada, maravillosamente dicha. ¿Qué más puedo decir? ¿Empezar a desmenuzar la puesta y plantarle las semillas deconstructivas? ¿Hacerle hablar un discurso político, incendiarle los límites de clase e ideología? Un viejo y un joven hablando, peleando incluso, sobre lo posible y lo imposible, sobre los años ganados y perdidos, da para eso. Pero no me interesa. Me quedo con el dilema humano. El dilema de entregarse a la amistad. O no. De esperar cada “Lunes” como una oportunidad a ganar, en esa apuesta circular que es la esperanza. O dejarlo pasar.
Volviendo al comienzo, para finalizar (esto es un guiño a los hacedores de la puesta…) es muy importante, me parece, que un director se permita la libertad de dejar fluir la energía creativa, de innovar y re-crear, de dejarse influenciar, dejarse convencer y probar nuevas variantes, nuevos caminos, que es la mejor manera de mantener vivo un proyecto. Y mantenerse vivo uno mismo. Y deberían seguir haciéndolo mejorando aquello que, humildemente creo, se puede mejorar (no voy a mencionar esos puntos públicamente, me da pudor hacerlo. Aparte se los dije a ellos en su “vestuario”…): son cuestiones, o problemas si se quiere, que quedan -dicho esto con total respeto- a medio resolver. Por supuesto son detalles que, en última instancia, dependen de la mirada, de una apuesta estética y de una decisión de dirección y que no desmerecen lo que pude apreciar en la sala LOA: una puesta que disfruté de principio a fin.
Ahora sí, finalizando en serio, hay que destacar que la letra y música de las canciones que se escuchan durante la función son originales, compuestas para la ocasión por el propio intérprete.
Ficha técnica
Esperando el Lunes
Dramaturgia: Carlos María Alsina
Actores: Daniel Bonzzi y Leandro Jara
Músico en vivo: Matías Borré
Fotografía: José Gunsett
Asistencia de Dirección: Maximiliano Aguilante
Dirección: Daniel Bonzzi