Las mujeres de Superman.¿Quién se lo queda?
por Elina C. Leva (@lamaquinaquehabla)
En la Ciudad de Buenos Aires, en la sala Nün, se presenta esta propuesta interesante que, sin embargo, tiene dificultades para llegar a destino.
Confieso que no quise leer nada sobre la obra previamente. Me la recomendó gente que conoce de teatro. Acepté y decidí hacerlo a ciegas, para saborear más la incertidumbre.
Un espacio hermoso y cálido, con bar incluido, anuncia una velada como mínimo interesante. El hall nos invita a disfrutar y genera expectativa. Al dar sala, aparece una azafata que nos guía hacia las butacas por un pasillo largo, colocándonos indudablemente en el lugar de pasajeros de un vuelo. El espacio escénico, muy austero, con paneles translúcidos a foro y un par de butacones. Me entusiasmó el despojo de la propuesta, pues claramente el acento había sido colocado en las actuaciones y el texto.
La azafata realiza los gestos de instrucción previos a cualquier vuelo de los años ’80 o ’90 cuando aún no existían los videos que actualmente se proyectan en el apoya cabeza de la butaca de cualquier avión de cabotaje e internacional. Primer signo que me ubicó temporalmente. Al menos, a esta espectadora. Me sorprendió que sin motivo alguno la azafata le diera una connotación abiertamente sexual a las indicaciones, tales como tocarse la entrepierna y realizar movimientos sugerentes, mientras se escuchaba el audio. Pero entiendo que funciona como el signo que indica el tono que tendrá la obra que vamos a acompañar como espectadores: Se trata de una comedia picaresca. Seguidamente, se retira de la escena muy sonriente. Dando punto final al Prólogo, se escucha el audio con un atinado juego de luces que representa el accidente en el cual estamos incluidos todos los espectadores.
El espacio se transforma en la sala de espera de una unidad de terapia intensiva. Llegan tres mujeres. Muy desequilibradas, las tres. Hay algo en el vestuario de los personajes que me confunde. Están mal vestidas. De forma extravagante. Una con calzas de cuero como las que se usan ahora con un vestido mini muy viejo, de los ’80 y unos zapatos antiguos y arruinados. La segunda, con un pantalón palazo y una blusa, porta un turbante envuelto al modo hindú. La tercera, prendas muy al cuerpo y unas botitas de caña corta, es la que lleva el vestuario más realista. Las tres gritan como locas. Se insultan con un vocabulario bastante soez, sin motivo alguno, para tratarse de desconocidas que están en una situación tan angustiante como esa. Siguen los improperios y los gritos. Son, supuestamente, las mujeres de los tres pilotos que viajaban en la cabina del avión. Al instante, sabemos lo que ocurrirá. Cuando se develan las identidades y de ese modo la relación que las une, surge el segundo conflicto: quién se queda con el hombre. El director utiliza un recurso muy interesante que funciona muy bien: una luz roja genera un cono de distanciamiento que permite a cada una de las mujeres expresar sus pensamientos sin censura. Sería algo así como el “momento privado del personaje” en el Método Strasberg. Las tres derraman su odio hacia el hombre que las engañó, insultándolo y despreciándolo sin un atisbo de duda o confusión. Se pelean por pasar primero a verlo, se desesperan por ser la “legítima” y no “la otra”, Llueven los insultos, empujones, gritos y llanto. Todo transcurre en un estado de paroxismo extremo, que no cede. Como tampoco lo hacen los personajes que no pueden llegar a un acuerdo y recurren a la Justicia para dirimir su batalla.
La decisión del Juez abre paso a la tercera parte de la obra. Cada una deberá hacerse cargo de “lo que quedó” del piloto infiel durante dos o tres días de la semana. Como un régimen de visita de los hijos en cualquier divorcio. Este giro de la trama, coloca al hombre en el lugar de eterno crío que necesita de la madre para sobrevivir. En este caso, mientras continúe vivo pues no hay posibilidad de sanación o restauración alguna. A esta altura, todos esperamos que se materialice el hombre que ha generado semejante laberinto de pasiones y de odios desenfrenados entre estas tres mujeres atrapadas en un mundo en el cual todo es crisis, exaltación y arrebato. Cuando hace su aparición el hombre… se trata de un maniquí en pijamas, en silla de ruedas. Desde ese instante hasta el final de la obra, las tres actrices someten a este “despojo” al que ha sido reducido el hombre a las vejaciones más despreciables y desagradables que uno pueda imaginar. Esa es la venganza. La madre de este eterno niño es una suerte de Saturno (que devoraba a sus propios hijos) y este espantapájaros, pelele, inepto incluso para satisfacer con un cunnilingus a la portadora del turbante, debe observar cómo una de ellas tiene relaciones sexuales con un hombre que sí “funciona”, soporta que otra lo deje sucio en sus propias heces durante varios días, lo golpeen, lo sigan insultando y hablen presencia de su ex como si fuera un fantasma. Lo que no parecieran registrar es el poder que sigue ejerciendo sobre ellas. Algo así como el espíritu del padre de Hamlet, salvando las distancias, desde luego y con el debido respeto a Shakespeare. Hablamos aquí de roles y situaciones arquetípicas y como tales recurrentes en la historia de la humanidad. Ya lo decía el gran Borges: los temas son tres o cuatro. Siempre se habla de lo mismo. La cuestión es el cómo.
El final es una situación que nos dice que “el que ríe último, ríe mejor”. Las tres se embarcan en una aventura que unívocamente nos remite a la maravillosa “Yo amo a Shirley Valentine” que las llevará al mismo destino de aquel pérfido traidor que “les arruinó la vida”. Seguidamente la misma azafata del principio, nos invita a retirarnos de la sala.
Nuestro cerebro, que siempre nos hace trampas necesita poner nombre, ubicar, descifrar y gestálticamente completar lo incompleto. El mío que es un cerebro común y corriente, no fue la excepción y me pedía a gritos ubicar esta obra en algún contexto o marco de referencia. ¿Farsa? Puede ser. Normalmente se la asocia a lo grosero y bufonesco. Dice el Maestro Pavis que este género debe su eterna popularidad a una gran teatralidad y a la técnica corporal muy elaborada del actor. Si bien las actrices se ponen la obra al hombro y son las que la llevan a destino, no hay grandes exigencias desde lo corporal. Sí, desde lo vocal porque están durante casi 90’ gritando sin solución de continuidad ¿Grotesco? Quizás en la idea original haya sobrevolado algo de este género. Pero definitivamente, no lo es. Ni en las actuaciones, que son realistas, ni en la puesta. ¿Burlesco? Es un género difícil de definir pero caracterizado por la neutralidad ideológica. Debemos desecharlo, entonces. “Las Mujeres de Superman” es un texto profundamente machista. La mujer se pierde sin el hombre. No existe. Vive por, para y a través de la pareja. No importa nada más. No hay amigas, tampoco opción por la soledad que muchas veces es una compañía invalorable. Las mujeres son capaces de cualquier bajeza con tal de no ceder un ápice de ese espacio que han obtenido junto al hombre. Aunque se trate de un estafador, infiel y que no las valora en absoluto. Ninguna de las tres tiene dignidad. Se arrastran, si es preciso, con tal de no estar solas. Y el hombre, indefectiblemente, saldrá victorioso en la trama. Porque las mujeres nunca derrotan a los hombres.
“Las Mujeres de Superman” es, paradójicamente, uno de los textos más misóginos con los que me he cruzado en los últimos años. Las tres mujeres son odiosas. Intrínsecamente malas. Me animaría a mencionar que son casi “expresionistas” (con las reservas del caso) pues son la esencia de la locura, el egoísmo. No vemos aquí mujeres con “heridas de amor”. Son nihilistas y malévolas. Nunca dudan en lastimar a quien fuera su pareja. Jamás titubean en hacerle daño. Son personajes planos y por lo tanto, pierden el valor metonímico. En la actualidad es sumamente complicado “hablar de las mujeres”. Algo que en décadas anteriores hasta podía resultar divertido. El empleo de un maniquí al que queda reducido el hombre les ahorra a las actrices un montón de trabajo. Me pregunto qué sucedería si ponen un actor. Un hombre de carne y hueso en pijamas y silla de ruedas. Qué emociones saldrían a flote. Seguramente daría vida a estos personajes que, así como están, son macchiettas que suscitan atención y risa por sus comportamientos bizarros. Nada hay aquí del pretendido humor negro que se anuncia en el programa de mano (que no leí antes del comienzo de la obra). El recurso utilizado por el director en la foto final tampoco aporta demasiado. Es decir, se relaciona con el uso del maniquí en lugar de un actor. No pareciera estar usado en el sentido Brechtiano de mostrar el artificio. Es, sin embargo, un medio coherente de “proteger” a las actrices de sentir de verdad. Que es lo que ha ocurrido durante los 90’ que dura el espectáculo. Por eso las risas del público nunca son incómodas, en ninguna escena dejamos de mirar, porque las actrices están a resguardo: las tres juegan con un maniquí. Nada nos interpela. Ni nos perturba o nos mortifica. Es como un video juego. Estamos siempre a salvo aunque nos quedemos sin vidas.
Las actrices se entregan con fervor, destacándose el trabajo de Melina González y Silvia de Luca. Muy buen diseño de luces y del espacio escénico. Las protagonistas luchan denodadamente para hacer aterrizar un avión cargado de odio donde nada queda librado a la imaginación. El espectador no tiene más trabajo que el de sentarse y ver lo que se expone en escena. Como en un vuelo. El público se ríe. Al principio con desconcierto. Luego, una vez que aceptaron la propuesta, se dejan llevar por la locura y las excentricidades que se les muestran y se divierten. O eso parece. La sensación al abandonar la sala fue la de una idea muy buena que pudo haber sido una obra feroz y antológica. Como “Máquina Hamlet”. Claro, que ahí estaban Rainer Müller y el Periférico de Objetos.
Ficha Técnica
Actrices: Ana Julia Bonetto, Silvia de Luca y Melina González.
Actuación en off: Gustavo Espósito, Diego Tapia
Diseño de luces: Gustavo Lista
Fotografía: Nacho Lunadei
Diseño gráfico: Emiliano Paez
Música Original: Santiago Otero Ramos
Ulises y fx: Blanca Vega
Vestuario: Héctor Ferreira
Escenografía: Magali Acha
Azafata: Lu Salas
Idea Original: Laura Oliva, Gimena Canton, Melina Gonzalez y Sebastián Pajoni
Autor y Director: Sebastián Pajoni
Teatro NÜN - http://www.nunteatrobar.com.ar/
http://www.alternativateatral.com/obra54018-las-mujeres-de-superman