La extraordinaria vida de Jorge Valente: Compensar el dolor
En el Teatro de La Abadía, en el norte de la ciudad de Santa Fe un reconocido actor hace su debut como director y autor. Su puesta en escena cuenta con el auspicio del programa Escena Santafesina del Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia.
¿Por dónde empezar? Creo que algo de eso le deber haber pasado al autor-director de esta puesta. Es su ópera prima y, como suele ocurrir en estos casos, está todo ahí. Parece que no quedó nada afuera. No he vivido una situación semejante, así que solo puedo imaginarla: un momento de plena expansividad, en donde todo se cruza con todo, generando hibridaciones, floreciendo fractalmente hacia territorios insospechados. ¿Cómo resistirse a eso? ¿Cómo autolimitarse? Son preguntas que tal vez no tengan respuesta. Lo que sí creo es que en esta puesta hay, en germen, 3 o 4 (tal vez me quede corto) obras. Tal es la riqueza, el carácter pletórico de lo que ofrece la escena.
Debo reconocer que terminé entusiasmado el visionado de esta puesta. (Ya está… empecé por el final. Sigo.) Apenas terminada la obra, sentí que puedo estar de acuerdo o no con el color de un pañuelo que aparece en un momento clave pero que incuestionablemente la escena me había dado un testimonio del sentir, del pesar, del éxtasis, del terror que acechan al artista, al actor y la actriz en este caso, a lo largo de su vida. Y también sobre aquello de que el arte no es la vida y verlo y sentirlo, casi pre-conceptualmente, plasmado en la obra. Un testimonio, también, de cómo la realidad nos empuja a algunos a refugiarnos en un paraíso estético. Algo que los que saben dicen que hacían los románticos. Compensar el mundo real con la productividad de la metáfora. ¿Es bueno eso? ¿Es malo eso? El momento artístico es tan pleno, tan interesante… y por supuesto la realidad es también tan plena, tan interesante, tan dolorosa, tan desbordadamente estrecha… Y en algún momento la realidad irrumpe llevándose todo por delante, imponiendo su poder en forma de pañuelo… de “consejos” de un editor, director o asistente indolente… pero ese es otro tema. Otra cuestión. La amplitud humana de lo estético es mi tema. Dicho de otro modo, lo estético como órganon de lo humano. Es el tema de esta crítica y, creo, también el tema implícito de la puesta.
Y ya que hablo de implicaciones, hay un personaje implícito en la obra que, a diferencia de los demás, trasciende el espacio y el tiempo sin modificaciones. Es algo omnipresente, multidimensional, pero que a diferencia de la gravedad (¿vieron Interstellar?) no afecta a todo de la misma manera: es la mirada, corporizada en un haz de luz que sale de una cámara que preside, iluminando ominosamente, la escena. La cámara, dispositivo de inclusión/exclusión. Lo que la cámara no ve, no existe. Y ahí están los personajes-actores esperando, tratando, de no dejar de existir, de ser atrapados para bien o para mal, por ese dispositivo. Pero -siempre hay un pero- ahí mismo está el contrapeso de ese dispositivo. Otro dispositivo compuesto de nervios, tripas, músculos, cerebro y sentimientos: nosotros los espectadores. Y somos invocados por lo que pasa. Por eso la 4ta pared se fluidifica hasta desaparecer, por obra de la misma escena o por obra de la transformación de esa escena que ocurre ante nuestros ojos: los actores-personajes desarman, arman, corren, mueven cantando, bailando o saltando, lo que construirá un nuevo módulo o cuadro dramático. Otras veces ocurre un apagón o un oscurecimiento que se convierte en material de fusión en el tránsito a un nuevo cuadro. Y así se va configurando un dispositivo técnico complejo que funciona con gran precisión. ¡Qué velocidad y coordinación en el cambio de vestuario y de posición! En esta noche que vi yo, les salió perfecto. Son todos procedimientos de distanciación que gente famosa y erudita llamaba convención consciente: el realismo de la escena se rompe porque si bien los personajes tienen un dibujo realista su contexto no lo es. Está roto por procedimientos técnicos ultra probados y efectivos. Procedimientos que promueven una resignificación permanente de lo que ocurre en la escena, en lo espacial, en lo objetual y en lo temporal. Un espacio escénico que roza la instalación, que invade un espacio neutro que se resignifica intervenido por los elementos escenográficos: el espacio se transforma, se moviliza, se fragmenta, se reúne. Un tiempo que se transita hacia atrás, hacia adelante, que coexiste y se espacializa. Una escena que permanentemente se revela como lo que no es, destrivializándose, operando sobre la experiencia estética del espectador. Algo que luego, releyendo algunos apuntes, se me ocurrió como una cualidad rupestre de la escena: solo importa lo último que estamos viendo, la última configuración que se superpone a la anterior, que incluso reúsa algún escorzo de las anteriores para construir una nueva configuración. Y así se va generando una trasposición que se va acumulando, sedimentando, completando y también descolocando lo que se había ido entendiendo. Toda esta transformación adopta la forma de un círculo que en algún momento se completa y vuelve a empezar. Coherente con el planteo escénico. Dentro de ese círculo -temporal- creo que se dibuja un rombo -espacial- que, oh causalidad, corona la protagonista en la escena final. En efecto, el rol femenino funciona como ancla, remitiendo a un momento preciso, crucial, a una decisión o conjunto de decisiones del protagonista que se vuelven memento. Porque, girando en torno a ese ancla, me parece percibirlo, hay en “La extraordinaria vida…” una perspectiva de género implícita: la del varón -no la del macho- lo cual hace todo aún más interesante. Y así aparecen la premonición de la vejez y la muerte, del tiempo implacable, del desamparo, del recuerdo convocando al amor y a la entrega al placer del compartir, del encontrarse, y también al perderse en el lamento por lo que se dejó atrás, de lo que se traicionó.
Desde esa perspectiva se plantean esos momentos en los que se hace un recuento, una evaluación. Y el personaje de Valente quiere hacer su autobiografía “teatral”, no solo contarla, hacerla. Y para eso debe salirse de sí mismo, de su realidad, para ir hacia su ser ficcional, su ser “autobiográfico” y plasmar incluso su muerte, que él considera ya “escrita” en la historia de su familia. Toda una síntesis de esa relación infinita y tortuosa entre la realidad y la ficción.
Movimiento, circularidad, fusión, límites imprecisos, son todos elementos que me resultan propios de un impresionismo que impregna la escena. Y por qué no, también impregnan esta crítica que va oscilando de un tópico a otro, fusionando y entrelazando. Creo que algo de eso tiene que ver en el personaje de Valente dividido, o más bien, expandido en 3 actores que van coloreando su ser repartiéndose momentos y textos. Y así Valente se vuelve un personaje excéntrico en el mejor sentido de la palabra, limando bordes y límites, mostrándose inabarcable. Frente a Valente, el personaje femenino protagonista está más definido y tal vez por eso resulta más enigmático, más ambiguo.
Los actores-personajes desarrollan una labor estupenda, sin descanso, sin interrupción. Como actor me hubiese gustado estar ahí. Sin duda. Pero creo que, para estar ahí, me puede llegar a faltar memoria y estado físico, además de unos años menos. Un despliegue actoral-mental-físico inmenso, descollante. ¡Chapeau, elenco!
Y en ese despliegue actoral tiene mucho que ver un vestuario que cumple una función precisa. El vestuario masculino marca la unidad/división del protagonista, así como la aparición de otros personajes secundarios. El femenino realza los roles habituales conferidos a la mujer, más otros asumidos por el género. El vestuario es uno de los recursos que está en la base del andamiaje escénico.
El universo sonoro acompaña enmarcando situaciones y generando un tempo por medio de dos baladas que aparecen en la escena, una de ellas cantada en vivo. Sí… también hay música en vivo. No sé si habrá estado buscado, pero luego, rememorando lo que había visto, con esa música resonando en mi cabeza, me pareció percibir ese tempo de balada en los movimientos de los personajes que, de alguna manera, lo expresaban en esos segundos de silencio intersticial en la actuación.
Para ir finalizando, si es que se puede, en un par de momentos sentí la extensión de la puesta. No soy nadie para decir esto, pero creo que no hacerlo no estaría bien, aún a riesgo de parecer irreverente: me parece que no le vendría mal a la puesta comprimir algunos pasajes, sobre todo aquellos en los cuales el protagonista se derrumba. Se siente el quiebre rítmico. Lo digo además porque no fui el único que lo advirtió. Y también teniendo en cuenta que el texto es denso, alambicado en sus conceptos, poético en sus resonancias, pero que se aliviana con la introducción del humor, estratégicamente ubicada.
Qué más decir. En el momento sentí que haber visto esta puesta me producía un antes y un después. Como que hay algo en el aire… Como que algo está en marcha y no es casualidad… Como que hay coincidencias que se van juntando…
Gracias por expresar tan bien cosas que más que pensarlas, las siento como necesarias para seguir enfrentando la realidad.
Ficha Técnica
Actúan: Sergio Abbate, Camilo Céspedes, Sofía Kreig, Lautaro Ruatta
Iluminaciones, fotografías y artefactos: Pablo Martínez
Colaboración en artefactos: Ariel Gazpoz
Escenografías: Ana de la Puente
Vestuarios: Fernanda Gonzalvez
Gráfica y Cartel: Jaquelina Molina y Valentina Marin
Colaboración en gráfica: Gonzalo Vega, Virginia Agretti y Martin Pedretti
Prensa y Difusión: Alan Valsangiácono
Colaboración en Prensa: Sol Abásolo
Texto, diseño de puesta y Dirección General: Javier Bonatti de la Puente
Esta obra cuenta con el apoyo del Programa Escena Santafesina del Ministerio de Innovación y Cultura del Gobierno de Santa Fe.