De las maneras infinitas de apropiarse de una obra
por Patricia Devesa
La directora francesa Sylvie Mongin Algan desembarcó en Buenos Aires en diciembre pasado para llevar adelante el proyecto 30, a partir de ”Bosquejos de altura” de Alicia Kozameh, sobre 30 presas políticas de la última dictadura cívico-militar. Se trata de un taller de montaje que finalizó con presentaciones abiertas al público en el Centro Cultural Paco Urondo. Ya recorrió, en un poco más de cinco años, Francia, México, Chile, Uruguay y Brasil.
-¿Cómo llegaste al texto y a la decisión de ponerlo en escena, cuando se trata de un texto no teatral y de un contexto no propio y de tanto peso?
Tiene que ver con dos situaciones en paralelo: estaba empezando a aprender español y, además, soy una aficionada a las librerías en Francia. En una de ellas descubrí un pequeño libro, muy bonito, de la editorial L’atelier du tilde. Vi que era una obra de una autora argentina, Alicia Kozameh, traducida al francés. Lo leí de pie en la librería, porque es una obra corta, de unas treinta páginas: un cuento. Me impactó tanto que inmediatamente supe quería hacer algo en teatro porque es mi arte y es mi trabajo. En esa primera lectura existió sólo en mi mente un espacio, un sótano, fulgores y sensaciones. Poco a poco aparecieron los nombres de las treinta presas políticas: Chana, Susana, Liliana… y luego se fue configurando el conjunto de mujeres dentro de ese sótano. Para ese entonces, en Francia, se estaba dando un movimiento político de mujeres de teatro que visibilizó las desigualdades económicas entre hombres y mujeres para llevar adelante montajes. Entonces, invité a 30 mujeres artistas a hacer esta obra colectiva y la presentamos en ese marco militante de reclamo. Afortunadamente Alicia Kozameh pudo verla, en Francia, en un festival con algunas de sus compañeras ex detenidas en Rosario, exiliadas en Europa. Fue un momento fuerte y emotivo que conjugó la militancia francesa y el pasado militante de las ex presas argentinas. A partir de ese momento, nació la idea de que el texto se convierta en una herramienta capaz de provocar el encuentro con artistas y militantes de otros países, donde la historia les fuese propia. Empecé por México que, si bien no sufrió una dictadura en los 70, acogió a muchos exiliados de dictaduras europeas y de América del Sur. Fue una experiencia similar a la de Francia con jóvenes artistas de teatro. Pero, en este caso, participaron hombres y mujeres. Imaginamos el lugar y dentro de este lugar, el sótano, los cuerpos y la historia de esas presas, a partir del texto. Fue recién en Chile, tiempo después, que comenzamos a trabajar realmente con la historia, con la herencia de esa historia y a contarla de un modo coral.
- La propuesta de Argentina fue trabajar con artistas y no artistas, ¿esta situación se dio en otras experiencias?
-En Chile lo hice con dos escuelas superiores de teatro, pero en el Festival de Chiloé en 2016, con no artistas de generaciones diferentes. Todo depende del encuentro con la o el artista del país que nos recibe, es decir que acá lo importante fue el encuentro con Claudia Quiroga. Ella supo que en Buenos Aires era más interesante un encuentro heterogéneo, que hacerlo sólo con militantes o con artistas. Es decir, yo sé que no sé nada del país al que voy a trabajar y lo más importante es la confianza y el encuentro con otro artista o productor.
-En este devenir que te plantea cada encuentro, ¿tu metodología va cambiando o ya tenés delineada una partitura de trabajo?
- Para mí es muy importante que cada una de las participantes pueda comenzar diciendo “ella” para hablar de sí misma y poner distancia a lo emocional de la escritura autobiográfica que propongo al inicio. Y el otro punto fundamental, es que todas “ellas” se conviertan en un “nosotras”. Siempre intento organizar estos puntos, el resto depende del contexto. Mi fuerza está en la confianza que deposito en el artista o la artista del país y en las participantes. Todas tenemos la capacidad de lograr lo que estamos buscando. Por eso cada experiencia es diferente.
-Pienso en Argentina, donde no hubo que explicar el contexto, de este lugar de no ficción que tiene el texto, ¿qué sucedió en Francia y en el resto de los países?
-En Francia sí tuvimos que leer, entender e investigar. Yo, antes que todas. También entré en diálogo con Alicia y su traductora. Lo mismo sucedió en México, para entender el porqué del proyecto. Por otro lado, debo conocer acerca de la dictadura o de la opresión de los cuerpos de las mujeres de cada país al que llevo la propuesta. Son muy distintos. Ni en Chile ni en Uruguay ni en Brasil tuve que hablar sobre la dictadura en Argentina. Sin embargo, en Brasil fue más fuerte la visibilidad de los cuerpos negros, que no es el tema de acá.
-Es otro sótano. La historia de la esclavitud se pone en juego.
-Sí. Así es.
-¿Cómo se inscribe este proyecto en tu poética de dirección?, ¿es un quiebre?
-En Francia trabajo en un colectivo. Hago obras muy personales con actrices y actores profesionales. Allí fundé una escuela, donde la transmisión juega un papel primordial. Me refiero a la transmisión de una generación a otra, por eso en mis obras encontrás artistas de diferentes edades. Otras recurrencias en mi poética de dirección, que se dieron también en 30, son: el encuentro con otros artistas, la escritura contemporánea y la visibilidad de la escritura de mujeres.
Haciendo este proyecto acepto renacer. Es una manera de no saber adónde voy. Cuando una es directora tiene el rumbo y dice por dónde ir. Ésta es una nueva experiencia de vida personal: permitirme cambiar el rumbo, dejarme llevar por la intuición y recién a último momento uso mis recursos profesionales para que las participantes tengan confianza en sí mismas. Es muy diferente de lo que venía haciendo. Antes de empezar no quiero algo especial, quiero ver adónde vamos. Gracias a esta forma de trabajo gané confianza en las actrices y en la fuerza creativa de las participantes. Gracias a esta obra sé que son más imaginativas 30 cabezas, que sólo la mía. Antes tenía la idea, ahora lo experimenté.
-Es entonces una nueva etapa en tu carrera de dirección.
-Sí, absolutamente. Es una forma de renacimiento. Ya aprender otro idioma fue una experiencia que cambió mi punto de vista. El idioma es una manera de sentir, de pensar, de nombrar el mundo. Y trabajar con otros que piensan en ese idioma desde siempre es otro desafío. Es la voluntad de abrirme a otra manera de ser, de pensar, de vincularte con la fuerza de las palabras. No es saber un idioma, es algo más íntimo.
Hay un antes y un después de este proyecto. Porque no es un proyecto como otros. Como dijo Claudia Quiroga en la presentación: “Es una hipótesis”. Cada vez es una hipótesis. Me gusta la idea de que las obras sean una hipótesis. Hay tantas maneras de apropiarse de una obra literaria, de un momento histórico…Nada definitivo, nada cerrado.
-¿Cuál es la proyección a futuro de “30” en Argentina y fuera de aquí?
-Para 2021 programamos una serie de funciones en Buenos Aires y en Rosario, la cuna de la historia, no sólo con las participantes de este taller, también con las artistas profesionales de los otros países: Francia, México, Chile, Brasil y Uruguay. Además, la idea es que la versión argentina vaya a Francia en un grupo más reducido, el mismo que se forme para las funciones en Rosario. Todo depende de los apoyos de cada país. Por otro lado, Claudia va a hacer otra versión con menos participantes en Buenos Aires para que la obra pueda vivir, no únicamente con las treinta.
-¿Cómo fue tu evaluación del proceso de trabajo y de apertura al público en Buenos Aires?
-Para mí fue increíble la experiencia de Buenos Aires, porque hubo una confluencia muy fuerte entre el texto y el momento histórico que se vivía en diciembre. También, la constitución del grupo de todas las edades con profesionales, docentes, estudiantes, trabajadoras sociales y militantes, permitió una exploración interdisciplinaria del texto. Y el encuentro con el público, con el que entablamos un diálogo al finalizar la puesta, fue conmovedor. Entre ellos se encontraban las ex presas políticas compañeras de Alicia.
-¿Cuál es la finalidad del registro audiovisual tanto del proceso creativo y de su puesta, como el de las entrevistas de las historias personales de las participantes?
-El proyecto audiovisual es de Maëlys Meyer. Es su obra artística y su punto de vista. El montaje permitirá mostrar las diversas versiones de los talleres que vivimos con 30 y un proceso que nunca se acaba.
Las entrevistas que realizó Sarah Kristian a las participantes son para un proyecto de escritura de un texto, que quizás derive en una versión escénica protagonizada por ella misma. Lo hizo exclusivamente en Buenos Aires.
-En tu vinculación con teatristas de México y Chile se produjo un intercambio que va más allá de 30 ¿se produjo aquí también?
Con Claudia Quiroga vamos a seguir vinculadas. Me propuso dirigirla en los 40 poemas escritos por Alicia en cautiverio. Vamos a comenzar en marzo o abril en Francia. Es otro proyecto a partir de este encuentro. La evolución de 30 en Argentina me va a permitir conocer más la vida artística de acá. Parte del plan es realizar un intercambio de dramaturgias contemporáneas argentinas y francesas, sus traducciones y lecturas dramatizadas para construir vínculos duraderos y presentar la obra en festivales junto al documental en Argentina, Chile y Francia. El documental, además, puede acompañar tanto la obra de Claudia como la de Sarah.
Es pensar el proyecto como una obra nunca acabada.
Equipo artístico
Sylvie Mongin-Algan, directora – Francia
Sarah Kristian, actriz – Francia
Maëlys Meyer, directora documental – Francia
Claudia Quiroga, autora, directora, actriz, artivista – Argentina
Mujeres participantes: Carolina Gómez, Agustina Gabo, Vivian María, Grisel Bercovich, Lorena Idigoras, Mónica Chiesa, Laura Finguer, Norma Suzal, Rosina Calabria, Leticia Torres, Laura Kesztembaum, Susana González, Yanina Rabbino, Patricia Devesa, Florencia Venzano, Paula Daporta, Alicia Gerhardt, Mirta Sandra Coronel, Milagros Salazar, Mariela Ledesma, Celeste Ortega, Tania Manzaraz, Angele Acosta, Claudia Kolaja, Lidia Volpe, Camila Riviere, Nieves Aguilar, Sibila Herrera, María Luz Panizzi y Ludmila Steinberg
Fotografía de Claudia Quiroga