La farsa de Othelo
por Mariana Caldararo Cecillon
En esta adaptación clown del drama isabelino, los actores son sólo cuatro, de modo que algunos hacen más de un personaje. Con un dinamismo que diluye los cien minutos que dura la obra, se trata de una apuesta ambiciosa del director, en la que los personajes son representados de manera burlesca a través de sus gestos exagerados y su vestuario.
Una salita apretada, un escenario casi vacío, un calor húmedo y avasallante, y una percusión intensa nos sumergen en la adaptación de Othelo, la obra de Shakespeare que dirige Gabriel Chamé Buendía. Tres mesas, un par de cubos de un material intrigante y color gris, una tela tornasolada, una sombrilla y una carpa de montaña conforman la escenografía y aportan el dinamismo que exige esta apuesta ambiciosa del director. No hay objetos de más sobre el escenario, todos ellos cobran protagonismo a lo largo de la obra: las mesas sirven también de cama, los cubos de torres o de vestuario y la tela alude al mar.
En la versión original del dramaturgo inglés hay doce personajes. La adaptación de Chamé Buendía recorta a tres de ellos y conforma su elenco con tan sólo cuatro actores. Así, Julieta Carrera y Martin López Carzolio encarnan a más de un personaje. Los cambios de vestuario se vuelven vertiginosos y funcionan para hacer reír a la audiencia, pero hacia el final agotan. Por ejemplo, en la escena en que Michel Casio y Rodrigo se enfrentan, López Carzolio se ve obligado a cambiar de apariencia en cuestión de segundos y, claro, frente a los mismos espectadores. Si bien la recepción es buena, porque el ridículo de la situación genera simpatía, el recurso empobrece el desarrollo dramático de la escena.
La obra está atravesada por un fuerte anacronismo que se justifica porque es una adaptación clown del drama isabelino. Una cámara digital proyecta primeros planos de los actores en una pantalla gigante que sirve casi como telón. El recurso es bueno para jugar con las expresiones faciales ridículas que regocijan al público y que, en muchas oportunidades, se pierden por la distancia con los actores. El vestuario (cuando lo hay) pocas veces caracteriza a los personajes, y aún en esos casos, con los accesorios de cotillón (como los anteojos de sol de plástico), está lejos del siglo XVII.
Todos los personajes son representados de manera burlesca a través de sus gestos exagerados, su vestuario o algunos de sus diálogos y contrastan con el protagonista, Othelo, representado por Matías Bassi, a quien no vemos esbozar una sonrisa en ningún momento. Chamé Buendía fusiona con éxito el drama original con la comedia innovadora: la serpentina para representar la sangre de los personajes que mueren es sumamente perspicaz y termina de convertir la tragedia en una verdadera farsa.
Los actores gozan de la capacidad de hacerse oír con suma claridad durante los 100 minutos totales de la obra. Además se destacan por su habilidad para gesticular, lo que incrementa el humor de la obra. Julieta Carrera en la piel de Desdémona es una combinación infalible de adolescencia y efusividad, Martin López Carzolio se luce especialmente en su rol de Emilia cordobesa, la sirvienta de Desdémona y Hernán Franco que representa a Yago, juega mucho con su lenguaje corporal para hacer reír a los espectadores.
El texto, aunque recortado, es reproducido de manera fiel al drama original. Sin embargo, la traducción del inglés antiguo deviene en diálogos plagados de palabras ampulosas, que son pronunciadas a una velocidad imposible por los actores, lo que dificulta la comprensión de lo que se dice, especialmente al principio de la obra, cuyos primeros minutos son difíciles de seguir si no se conoce la trama. Injertos en este anacronismo antes mencionado, los personajes intercalan con el texto original, chistes, expresiones cotidianas e incluso comentarios de aspectos técnicos de la obra. Ese último punto sobra, es poco ingenioso, y hasta queda desprolijo porque muchas veces reitera la mímica que no necesita explicaciones para divertir al público.
Adaptar a Shakespeare siempre implica un respeto casi singular. Gabriel Chamé Buendía abre el espectro de posibilidades e incluye en la tragedia isabelina toda suerte de elementos populares. Redobla la apuesta y, sin jamás ultrajar al dramaturgo inglés, pone en escena una obra divertida. El programa de la obra anuncia “Termina mal” y le guiña un ojo a los espectadores que ya saben, antes de entrar, por qué.
Ficha técnica-artística
Libro original: William Shakespeare
Adaptación y dirección: Gabriel Chamé Buendía
Actores: Matías Bassi, Julieta Carrera, Hernán Franco y Martín López Carzolio
Iluminación y escenografía: Jorge Pastorino
Vestuario: Gisela Marchetti
Funciones: Lunes a las 21, jueves a las 21, sábados a las 20 y domingos a las 20 en La Carpintería Teatro.