Gustavo Ott: Cinco minutos sin respirar
por Juan Martins
En el texto dramático que se reseña, Cinco minutos sin respirar , el elemento de lo extraño, la alucinación y la muerte relevan la realidad mediante un particular modo de vincular la poesía al texto dramático.
Con Cinco minutos sin respirar de Gustavo Ott el discurso se fragmenta, se dispersa y el yo se desplaza en su alteridad, puesto que los diálogos entre «Víctor» y «Margarita» están sujetos a la realidad la cual es nombrada en tanto a las condiciones emocionales de éstos. Es decir, enuncian aquello que se dice desde la ilusión. «Víctor» existe (¿es real?) porque él se denota, se hace saber por lo que se nombra a sí mismo en esa realidad dada por la escritura y que deviene en espectador (todos serán testigos de ese contexto que se funda en la mirada: lo que se «ve» será real a partir de la escenificación de sus diálogos. Él/Ella es el otro en la misma dinámica del relato. No me refiero a la simple noción de que estamos ante un acto de ficción, eso lo sabemos de más, sino al hecho de que debemos dudar de la realidad en la que estamos inmersos, quizás alterar la existencia para desandar el nudo de ideas que nos atan a nuestra naturaleza. Los personajes no son tales, acaso una extensión de mi pensamiento. Y de allí, ante tanta conjetura de lo irreal, la duda toma lugar y nos extendemos más allá de lo ficcional del texto, el relato o la síntesis de la palabra escrita que se produce en el reflejo de esto que llamamos realidad del relato. Por ejemplo, él, «Victor» (en virtud de que es un personaje), se describe como el otro por la condición a su vez de lo que enuncia: dice desde la alteridad del yo, de su tergiversación de lo real y desde lo emocional o subjetivo, por medio de cuyo lenguaje el yo-personaje asimila la representación de aquello que es o no verdad. Aquí la verdad está ficcionada ante la impronta de ese encuentro entre él y ella. Son pronombres que definen la tergiversación del signo: lo real será sustituido por esa ilusión, por lo imaginado, los deseos y el placer por lo que se hace poema en el discurso. Pues bien, el lenguaje con el que se representa fragmenta la noción de lo real. Los personajes son sometidos al velo de la dispersión, de la duda o de los sueños. Si acaso este discurso se transfiere hacia otras esferas de lo existente, es porque hablamos de conjeturas de la posmodernidad: los límites con el que ese discurso se representa, donde el enunciado será para el lector una duda insoslayable y, por consecuencia, adquiere su significancia en esa relación texto-espectador. Y el poema se hace cuerpo-actor a partir de la interpretación del actor/actriz que finalmente agradece el público. De alguna manera el texto se introduce mediante esa duda y aquéllos desarrollan el diálogo sobre la sintaxis progresiva del relato, cuando, de pronto, cambia de ritmo y lo real del drama se difumina hasta alcanzar el vacío en el que se someterán, dado que ambos, hombre y mujer, dudan de esa realidad. Sin embargo sabremos del relato cuándo nos desvanecemos hacia un sentido diferente, al momento que los acontecimientos son sustituidos por otros, dispuestos sobre aquella alteridad. Y a partir de allí se ocupa el espacio de lo ficcionado, ficción sobre ficción como alocución definitoria:
Víctor.— […]
Margarita, es la hora de cerrar.
Pero…antes quiero decirte algo. Algo que quizás es importante.
Margarita. — ¿Si?
Víctor.— Que ya sé que tú eres una alucinación.
(Pausa)
Margarita.—¿Qué dices? ¿Yo una alucinación?
VÍCTOR.— Sí. Estoy alucinando. Y no sé por qué.
Música.
La pantalla muestra una estantería de libros que se cae. En cámara lenta, miles de libros por los aires.
Oímos gritos.
(…)
La otredad invade el sentido escénico sobre la futura obra. Y el texto cubre la posibilidades teatrales al interpretarse el poema, su escenificación y la lectura del espacio teatral. Al poema citado se le confiere corporeidad, el cuerpo es signo, verso o frase literaria. Todo, asciende por el camino de la otredad. Porque el elemento de lo extraño, la alucinación y la muerte relevan la realidad. Las citas, versos, estrofas y pasajes narrativos de otros escritores serán los mediadores entre una realidad y otra hasta que se fundan en una: la duplicidad del sueño y lo fragmentario se sientan en el mismo balcón a vernos también. Lo real será lo ficcionado cuando el desenlace venga a lugar con lo fantástico, cuando sea la muerte la que se identifique con el personaje de «Margarita». Ella no existe en el margen de lo real, pero sí, como decía, para el enunciado de «Víctor». Y el único intermediario entre ellos será la poesía, por eso se hace necesario en la modalidad del diálogo.: La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre, dice «Margarita» (su ficcionalidad, puesto que ya el espectador viene reconociendo su ilusión), citando a Luis Cardoza y Aragón que a un tiempo es el epígrafe de Ott para esta pieza, subrayando el lugar al que pertenece el personaje: voz de mujer en procura del canto poético. La ficción es lo real ante el advenimiento de la palabra. Y a decir verdad, la poesía sostendrá el diálogo: el uso recurrente del verso —en una buena parte de la pieza— no es inapropiado cuando queda bien estructurado en el ritmo de lo dramatúrgico. Y como se comprenderá, Ott lo usa con ese nivel de responsabilidad ante el discurso. Esto lo digo ya que (coherente con el conflicto del drama) colinda con lo real al momento que el actante de la pieza, aquellos sonidos de sirena y de la caterva que van rumorando hasta transparentarse en la escena, toman la cobertura de lo cierto en la narrativa del relato. Ya no es un rumor que aparece paulatinamente como un sonido vacuo, sino que adquiere su naturaleza. Y la ilusión se desvanece. Y justo en ese momento, los espectadores seremos, todavía, aquello extraño para el personaje «Víctor», quien es el relator puesto que nos ve y nos dilata la historia de un alma que ha muerto en la «Tienda por Departamentos». Nos distancia con ello de nuestra noción de la cotidianidad a modo de devolvernos al poema, a lo irreal o al vacío cuando en la didascalia final queda apuntado:
(…)
Víctor levanta la mano, para comprobar que no llueve sobre él.
Entonces, mira directamente al público, no solo extrañado por el agua sino por la presencia de los espectadores.
Música.
Oscuro
Fin.
Todo es si existe en aquel enunciado. Ahora somos los responsables de aquella alma de la palabra que muere ante la realidad, nos toca asir el desasosiego y fragmentarnos. La mujer, una metáfora del dolor con cuyos brazos el hombre recoge a su regazo.
Y la duplicidad del sueño estará dada.
Ott, Gustavo. Cinco minutos sin respirar. [En línea] http://www.gustavoott.com.ar/arc/obrasEs/41_cinco-minutos-sin-respirar.pdf
Imágenes gentileza de http://www.gustavoott.com.ar/