Pueblos chicos, teatros grandes
Por Emmanuel Videla
A un mes de la sanción de una ley marco para la promoción del teatro comunitario en la Argentina, el periodista Emmanuel Videla traza una radiografía de este fenómeno que, dice, “viene a reconstruir los lazos que fueron velados, escondidos, negados por las culturas hegemónicas tanto políticas como económicas”.
El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. Bertolt Brecht
El dicho popular sentencia que en pueblo chico, el infierno es grande. Si se modifica la perspectiva de ese proverbio se afirmaría que en barrio chico, el teatro es grande. Como si fuese por efecto contagio, se corre la data. A ese mismo teatro se le puede sumar, en el boca a boca, algunos atributos más: lo comunitario, lo propio de cada historia colectiva del barrio y la participación excluyente de los vecinos. A contramano de los espectáculos teatrales mainstream de la calle Corrientes, que ensalzan en carteleras repletas de colores a sus actores estrellas con el juego de difusión de los medios masivos, existe el teatro comunitario que juguetea con otra lógica.
El pionero en el desarrollo de esa manera de encarar este arte es Catalinas Sur, que sentó territorio en un barrio, en La Boca, de la Ciudad de Buenos Aires. Actualmente, este grupo es conocido por sus excelentes espectáculos, tales como Carpa Quemada. El Circo del Centenario, la Orquesta Atípica Catalinas Sur, ¿Quién es el Jefe? y los Negros de Siempre, entre tantas otras obras que tienen en su repertorio. Uno de los coordinadores del Catalinas Adhemar Bianchi –citado en el libro Teatro de Vecinos de la Comunidad para la Comunidad de la investigadora teatral Edith Scher– reflexiona sobre la persistencia y el empuje de esas troupes: “Crece la conciencia del nosotros. O somos un nosotros y nos salvamos todos juntos o nos vamos ahogando de a uno”. De esta forma, el teatro comunitario viene a reconstruir los lazos que fueron velados, escondidos, negados por las culturas hegemónicas tanto políticas como económicas; todo en clave poética. Y se materializa en el llano.
Así, en sociedades plagadas de nimiedades televisivas, que encierran a cada uno frente a una pantalla, de espectáculos escénicos, de poco vuelo y que reproducen el statu quo de los sectores más poderosos, el teatro comunitario es una respuesta, dentro de muchas, a otro tipo de producción, circulación y reconocimiento de las culturas. Ahora bien, si se lleva la lupa en cada barrio sobre el teatro comunitario: ¿cómo se organizan y trabajan? ¿Buscan profesionalizarse? ¿Qué espectáculos producen? ¿Existen diferentes teatros comunitarios? ¿Qué concepción tienen de la realidad? ¿Cuál es su alcance y su relación con los espectadores?
Teatro restricto, teatro amplio
La burguesía impuso la división del trabajo. Así, también las diferentes artes se fueron compartimentando. Una obra de teatro tipo, que se monta en una sala, tiene sus roles determinados: los actores, los vestuaristas, los sonidistas y, el ojo del que todo vigila, el director. El teatro se separa del canto, de la danza, de la murga. Todo es visto desde el ojo de Apolo, que divide y nombra de diferentes maneras. Sin desmerecer la excelencia dramática y poética de esas obras, algunas expresiones del teatro comunitario intentan despojarse de esa lógica y se enfurecen con la idea de Dionisos, que todo lo mezcla y festeja. Es la celebración, que une, que rehace y hace. Así, el teatro comunitario restituye la celebración y algunas de las artes, es decir, donde hay teatro también puede haber canto, danza, títeres, bajo una clave poética determinada. El teatro comunitario desnaturaliza las lógicas de producción de una obra estándar. En ese sentido, el historiador teatral y coordinador del acervo bibliográfico del Teatro San Martín, Carlos Fos, se expresa: “Es un teatro que recupera el espíritu festivo, que podemos reunir todo. Hay una idea primaria de recuperar el cuerpo, de encontrarse”. Y ejemplifica: “El Aluvión es una obra en la que intervinieron, entre otros, Arístides Vargas en la coordinación dramatúrgica, junto al actor Ernesto “El Flaco” Suárez, mientras que la creación fue colectiva. Fue un éxito la obra, que contó la historia ni más ni menos de un aluvión que se había llevado todo un barrio”. Aunque todavía falte mucho por establecer una cartografía, el teatro comunitario es artístico –afirma Fos –y no hay que olvidar de ninguna manera de eso”.
Unidos y organizados
El abanico de teatro comunitario se extiende en todo el territorio argentino. Están conectados. Están en red. Su sitio –ahora en construcción –reúne a más de 50 voluntades. Dentro de esa misma conexión, también conviven otros enlaces. Un ejemplo es la red de teatro comunitario del distrito de Rivadavia (en qué provincia). Allí, a más de 500 kilómetros de distancia de la Ciudad de Buenos Aires, hay pueblitos rodeados de toda la pampa húmeda, donde bulle una experiencia teatral potente y que trasciende a la actividad específicamente de una pieza. Hay fábricas asociadas y se dan talleres allí también. San Mauricio, un pueblo abandonado de tan solo 15 habitantes, dio vida en 2010, a un espectáculo que reunió a 200 vecinos y a más de 4 mil personas de otros distritos, comentan desde su blog. No es casualidad que un pueblito casi fantasma, llene de vida a tanta gente.
La red de Rivadavia tiene la función, entre otras, de hacer transitar las experiencias por seis pueblos que conforman el partido. En esa línea, con ganas e ímpetu, la directora de la Red de Teatro Comunitario de Rivadavia, Emilia de la Iglesia, sostiene: “Las inundaciones de 2001, cuando el país se iba abajo, sirvieron para unir a los pueblos y resistir”. La garra de De la Iglesia la hizo saltar a un cargo de cultura, a la que pronto fue desplazada. Esa medida resonó tanto dentro de Rivadavia como por fuera, en toda la Red Nacional. Así, un comunicado –que data del 24 de abril de este año –firmado por 50 grupos de teatros, reza: “No es nuestra intención intentar que se revoque la medida, pero sí alertar sobre el posible retroceso que se produzca en el Partido de Rivadavia en la construcción y visualización de la Cultura Comunitaria que en estos años alcanzó alcance internacional por lo producido por el Grupo de Teatro Comunitario y su Directora María Emilia De La Iglesia”. No solamente la unión es intradistrital, sino que el teatro se enlaza, se relaciona. La unión hace a la fuerza. Actualmente, el teatro comunitario de Rivadavia “camina solo, sin apoyo del Municipio”, remarca la joven directora. La comunidad continúa teatralizándose.
Desde otra punta más céntrica está Matemurga, otra experiencia de teatro comunitario con un recorrido interesante artísticamente desde 2002. La Ciudad de Buenos Aires con su oferta apabullante a nivel cultural tiene otros canales. De ahí que esta experiencia, entre tantas, se suma a otro circuito. La particularidad de esta experiencia teatral nace en el éter, de una columna de cultura del programa Mate Amargo, que encabezaba la investigadora y periodista Scher, con las ganas y la necesidad inherente de hacer teatro. Dice: “Tenía una necesidad muy fuerte en juntar lo que sabíamos con alguna pretensión de transformación de la realidad”. La convocatoria la realizó por micrófono y de ahí la bola se empezó a correr. Pronto, se reunieron en asamblea en el barrio de San Cristóbal en el antiguo centro cultural Matrix, donde se juntaron 25 personas de un domingo a la tarde. Precisa: “La primera convocatoria estuvo más enfocada en el canto, claro, con una dramaturgia. No sabía bien qué, pero pronto se llevó a cabo nuestro primer espectáculo.” Para llevar a cabo ese espectáculo, considera que la producción teatral implica personas coordinadoras de áreas, con formación, que trabajen más horas que las demás, pero sin olvidarse su motor fundante: los vecinos que participan activamente en la construcción de la dramaturgia. Otra vez las ganas de reunirse, de encontrarse en conjunto persistió. Y la máquina se mueve.
El teatro comunitario es tal cuando puede asentarse en un territorio. Por eso, una vez conformado como grupo, Matemurga buscó un espacio. Se instaló en Villa Crespo. Es el poder del feudo, el poder identificarse con los demás vecinos que ahí están. “El teatro comunitario es realmente más transformador si su accionar en la medida en que se asientan en un territorio”, apuesta la directora.
De temas y espectadores
Entre barrios y ciudades suele haber pica. Hay algo que los define y que los diferencia. En cada grupo de teatro comunitario no existe ese aditivo picante, pero la cuestión del territorio marca la diferencia y las realidades. Para la Red de Rivadavia, las historias están atravesadas por la tierra, por su presente, pero con una revisión hacia el pasado. Es una característica en común, es según sus representantes “salir del ombligo propio, del pueblo para pensar en lo distrital”. Para estos pueblos que limitan con La Pampa, en plena Pampa Húmeda, la historia los interpela directamente. “Tenemos una obra mítica por el centenario de Rivadavia sobre el tema de la mal llamada Campaña al Desierto”, cuenta De la Iglesia y sigue: “Nos cruzan la franja de Alsina. Hicimos un análisis y surgió la escena en cómo se fueron tomando las tierras y quiénes fueron sus beneficiarios”. Sin embargo, la posesión de tierras que comenzó con la “expedición” que hizo Sarmiento no es lo único que se cuenta desde Rivadavia, sino que la posesión ilegítima desde la última dictadura cívico-militar. “En la época de la última dictadura y el neoliberalismo, se desmantelaron las fábricas”, relata. “Nos abrimos hacia la región, hacia el país, hacia Latinoamérica porque no te podés quedar con tu visión, ya que podés modificar los conceptos, los nuevos paradigmas de cultura”, reflexiona. A pesar de que los pueblos están alejados, el estar organizados y unidos los impulsa a conocer a los otros. Cuando la Red de Rivadavia organizó su festival latinoamericano convocó a grupos de Colombia, de Chile, entre otros países. Así, de la Iglesia ilustra que es fuerte para la comunidad escuchar de la boca propia de los participantes las realidades de Colombia con toda su historia de guerrillas. Por eso, dice: “Hay que encontrarse en las diferencias y en las similitudes. Participar de la Red, a nadie nos dejó igual”.
A pesar de las distancias y de las realidades que atraviesan las historias, hay un núcleo en común, que se quiere mantener, resistir. El teatro comunitario guarda en sí “un nosotros” y es, además, como cuenta Scher “épico”, “no hay protagonistas individuales”. Uno de sus espectáculos de MateMurga, es Caravana, que interpela a lo grupal. Es una historia de la resistencia a partir de canciones de la memoria colectiva, por lo tanto, sigue la directora de Matamurga: “van apareciendo las canciones, como los mojones de la historia, muy diversas, canciones del Mayo Francés, de la época de los hippies.” La cuestión de la canción y de las actuaciones colectivas es fundamental. “Es lo más fuerte, ahí se siente lo colectivo”, dice.
Otro de los atributos es que todo se cuestiona. La risa fue motivo de cuestionamiento. “Empezamos a hablar del olvido de la risa”, relata Scher. Zumba la Risa justamente es una obra que cuestiona “la risa conquistada, la risa impuesta por el poder”. Hay otra forma de reírse, que está alejada a la de Marcelo Tinelli, sino que está más cerca a la que cuestiona la solemnidad. “Inventamos toda una historia, tres versiones de que lo pasó una noche en la que un fotógrafo quiere sacar en el barrio y cuando dice risa, la risa no aparece”, relata el surgimiento de la obra, que se diferencia de Caravana, en el que ya existía un repertorio. El punto de partida es cuestionar, buscar otros paradigmas en las narrativas, a pesar de que el teatro comunitario no busca la profesionalización, pero sí un armada poético y estético. Esas ganas de seguir resistiendo lo hacen fértil y se traduce en una red nacional de teatro comunitario que en vez en achicarse y replegarse hacía sí mismos, se expanden y rompen las fronteras para atrapar a cualquier espectador que ande cautivo por ahí. Ese espectador es en definitiva es que completa el ciclo de expectación y que hace al teatro su leitmotiv: ser en el aquí y ahora.
Decálogo del teatro comunitario
*Es considerado un arte en sí mismo. Se diferencia del teatro callejero, de la narración oral y del teatro de sala.
*Es un arte que se extiende en todo el país.
*Es una práctica que no requiere profesionalización, pero hay una construcción poética.
*Es una práctica de celebración. Pueden confluir diferentes artes, como la música, la pintura, la murga.
*Es un teatro territorial. Tiene fuerza en tanto es reconocido por su comunidad.
*Es épico. No hay un protagonista estrella, sino que es la colectiva la que se muestra.
*Es un arte que se conecta con lo social. Pueden participar en talleres de fábricas, entre otros.
*Es un teatro participativo. Todos los vecinos tienen el derecho de ser parte.
*Es una práctica en la que el espectador suele sentirse muy interpelado.
*Es una dramaturgia colectiva. Los vecinos, con dirección o no, construyen sus relatos.
Fotografía gentileza de Luciana Sylberberg. Del espectáculo Carpa Quemada.