El presente artículo analiza la puesta en escena de Eugenio Zanetti de la ópera de Giuseppe Verdi, ofrecida por el Teatro Colón como parte de su programación para temporada lírica 2015.
La lucha de poderes entre Estado e Iglesia, la Inquisición, la libertad, el amor, la amistad, el mandato familiar, son los temas que aborda esta monumental ópera de Giuseppe Verdi que ofreció el Teatro Colón como parte de su programación para la presente temporada lírica. En la puesta argentina se eligió la versión italiana de cuatro actos y no la original que consta de cinco. El amor no correspondido de Don Carlo (hijo del rey Felipe II de España y nieto de Carlos V) hacia su madrastra, Isabel de Valois, es la excusa para abordar también las otras problemáticas mencionadas más arriba.
La puesta de Eugenio Zanetti es eminentemente cinematográfica. Una suerte de zoótropo a foro, donde se proyecta constantemente el tríptico de El Bosco “El jardín de las Delicias” (que fuera adquirido por Felipe II), nos da una idea de dónde ha puesto Zanetti el énfasis: la pérdida del Paraíso, la corrupción, la lujuria, los placeres carnales, la locura desatada. Hay una profusión de objetos y signos en el escenario que dan cuenta del estado constante de delirio de Felipe II: columnas cuyas bases están corroídas, los trajes opulentos que terminan en un estampado que pareciera remedar la presencia de gusanos que van avanzando sobre la tela y la investidura que dicho traje representa. La carga simbólica de la escenografía, la puesta de luces y los vestuarios apuntan a la locura del rey, al deterioro moral que va de la mano del poder. Y su omnipresencia a lo largo de toda la obra. Ciertamente, la estética es kitsch y Zanetti no lo disimula un instante. Al contrario, redobla la apuesta a medida que avanza la ópera. Algunos signos resultan herméticos, como el huevo enorme que baja y sube dependiendo la escena y sobre el cual también se proyectan fragmentos del cuadro de El Bosco. Pareciera tratarse de un huevo cósmico, un ouroboro, el alfa y el omega, lo que está completo. Pero se trata de un huevo hecho de un material que pareciera cemento o yeso, con lo cual el sentido que adquiere es el de algo que no generará vida, algo que es yermo, que no fecundará.
Constituye un gran acierto emplear el escenario giratorio pues aporta fluidez. Nada ocurre al azar y no hay un solo movimiento o desplazamiento de actores, coro y actores-figurantes que no haya sido marcado con exactitud, aportando intensidad y verosimilitud a la puesta. Excelente el empleo de los efectos especiales sobre todo en el muy logrado “Auto de Fe” que cierra el Acto II y que con la Voz del Cielo de Marisú Pavón resulta verdaderamente estremecedor.
La orquesta estable, conducida por un Ira Levin brillante, brindó una performance vibrante y llena de matices. El coro, estupendo. Las actuaciones, muy buenas. Las luces, acertadas.
¿Por qué no fue, entonces, “Don Carlo” lo mejor del año? Porque falló lo más importante: las voces. No estuvieron ni a la altura de Verdi, ni de la propuesta de Zanetti y Levin. Una sensación muy extraña se generó en el público: estábamos compartiendo un acierto tras otro desde lo visual, orquestal y coral, pero los solistas sonaban mal. Con la excepción del barítono argentino Fabián Veloz (perfecto en el rol de Rodrigo), el resto fue difícil de escuchar. Al Don Carlo del catalán José Bros le faltó locura y desesperación en la voz. El desempeño vocal del ruso Alexander Vinogradov como Felipe II, no tuvo nada del delirio, la mezquindad, la ceguera de poder, el deseo sexual irrefrenable, ni el cinismo que solicita el personaje. A la georgiana Tamar Iveri le faltaron sensualidad y fuerza en su composición de Isabel de Valois. La francesa Beatrice Uria Monzon presentó serias dificultades de articulación que en la mayoría de sus intervenciones como la Princesa Éboli impidió comprender lo que decía (más allá del subtitulado, que siempre colabora). En cuanto al Gran Inquisidor de Emiliano Bulacios prefiero abstenerme de hacer comentarios. Sólo diré que no acertó en nada.
Considero que la falla no se debió a la impericia o mala calidad de los cantantes, sino que no eran las voces adecuadas para esta ópera.
Un comentario aparte para el final: Creo en la libertad de interpretación de cada director, puestista, regisseur o como uno desee llamar a ese rol tan delicado de unir todas las partes para lograr un todo armonioso. Con lo que no acuerdo es con cambiar arbitrariamente el final de una obra. En este caso, Don Carlo no es llevado a la tumba por su abuelo Carlos V. La versión del Colón finaliza con Isabel y Don Carlo al pie de las escalinatas que llevan al sarcófago que contiene los restos del rey muerto (confeccionado con gran realismo). Ese no es el final de Verdi. Tampoco se entiende ese corazón iluminado y latiendo, al estilo egipcio que el monje lleva entre las manos y constituyen la foto final del espectáculo. Si uno no sabía mínimamente el argumento, no comprendía lo que estaba ocurriendo. Tal vez por estos desaciertos, en el saludo los aplausos no fueron lo que esta puesta hubiera merecido.
Ficha Técnica
“Don Carlo” de Giuseppe Verdi
Reparto:
Don Carlo: José Bros
Felipe II: Alexander Vinogradov
Rodrigo, Marqués de Posa: Fabián Veloz
Isabel de Valois: Tamar Iveri
Princesa Éboli: Béatrice Uria Monzon
El Gran Inquisidor: Emiliano Bulacios
Un monje: Lucas Debevec Mayer
Tebaldo: Rocío Giordano
El Conde de Lerma: Iván Maier
Un heraldo real: Darío Leoncini
Voz del Cielo: Marisú Pavón
Orquesta Estable del Teatro Colón
Coro Estable del Teatro Colón
Director Musical: Ira Levin
Director de Escena: Eugenio Zanetti
Diseño de Escenografía y Vestuario: Eugenio Zanetti
Escenógrafo y vestuarista asociado: Sebastián Sabas
Diseño de Iluminación: Eli Sirlin
Diseño de proyecciones: Abelardo Zanetti
Asistente del Director de Escena: Víctor González
Asistente de Escenografía y Vestuario: Valeria Montagna
Asistente de Iluminación: Verónica Alcoba
Director del Coro Estable: Miguel Martínez