200 gramos de mariposas: Crecer y confiar en uno mismo. O no.
Dirigida por Walter Alemandi, se presenta en el Teatro de La Abadía, de la ciudad de Santa Fe, la puesta en escena sobre el texto escrito por los dramaturgos Emilio Ferrero y Héctor García Blanco. Con las actuaciones de Hernán Rosa, Marisa Ramírez, Nelda González, Paula Gallo, Pablo Velázquez y Pablo Rocchietta.
Una familia disfuncional. Una familia que ha cortado sus lazos internos, en donde cada uno hace la suya pero continúan conviviendo (cualquier parecido con nuestra realidad actual debe ser pura coincidencia): La mujer de la casa se prepara para salir, el ex-hombre de la casa se presenta a tomar mate, el nuevo hombre de la casa asiste impasible a la escena, la hija de la mujer de la casa y del ex-hombre de la casa no atina a reconocer a ninguno como referente, la madre del nuevo hombre de la casa intenta integrarse de la mejor manera a esto que ocurre en este nuevo hogar. Una familia en donde el arte como salida humana y laboral ha estado dando vueltas desde siempre. Y como elemento disruptivo, aparece un productor dispuesto a montar, nuevamente, una siempre taquillera historia de amor trágico. Una situación como esta sería origen de un drama, debido al límite de soportabilidad que está siempre siendo franqueado. Una situación liminar en la que aquellos que están atrapados harían cosas que podrían llegar a dañar a los demás y a ellos mismos. Acciones que una visión unívoca aporta como casi ineludibles. Pero la obra es una comedia. Y por lo tanto la situación insoportable se resuelve en acciones desviadas de su propósito, en derivaciones paralelas a la acción principal, en nuevas disrupciones que van complicando la situación y al mismo tiempo ofreciendo nuevas salidas. Esto me lleva a pensar un poco el tópico del humor.
El humor siempre ofrece una alternativa al drama que parece unívoco, ineludible, insalvable. Por ese motivo la gente que tiene sentido del humor a veces parece fuera de contexto y que molesta, perturba la tranquilidad de las seguridades decididas de antemano: aquellos que saben dicen que el humor es un procedimiento de desfasaje en la percepción sígnica, que lleva al placer del juego con lo indecidible y que, en su límite, como procedimiento, se vuelve él mismo indiscernible del producido por el poder mediático y comercial. Un chiste es un chiste. Ha de ser por eso que muchas veces aparecen esos que señalan a los que se atreven a pasarla bien, a reírse de ellos mismos y de los que acatan resoluciones dictadas por otros que deciden por ellos. Son los que miran a la grey desde su púlpito acusándolos de prestarse a un mero entretenimiento burgués. A esa tendencia, lamentablemente frecuente, la comedia le opone, con su cristalina fragilidad, la creación de un despliegue de sensorialidades que no se cierran en un referente único, abriendo el camino para eso que los que saben denominan una presencia o un parecido desapropiado, o también una doble distancia, en donde lo que no cierra abre el camino a una recepción emancipada. Una recepción emancipada quiere decir que su efecto no está determinado, no es previsible. Me puedo emocionar, o no. Me puedo reír, o no. Pero en todo caso, mi afecto provocado no lo será por una idea que me esfuerzo en validar, para cumplir con un mandato previo. ¿Será que los que no tienen sentido del humor carecen de una visión emancipada de la vida? Cada vez me convenzo más que sí. Carecen. Son carecientes. Dan pena.
Los que no dan pena, por eso de lo indecidible, son los personajes de 200 grs…. Entrañables y odiosos, inteligentes y estúpidos, egoístas y generosos, todo al mismo tiempo o sucesivamente, sostenidos por actuaciones medidas al detalle, que dan un ritmo vertiginoso a la puesta (por lo menos en el estreno que vi yo). Los quiebres de situaciones y conflictos son permanentes lo que genera una tensión que no afloja. Y obviamente uno se empieza a reír y no para. Me agarró tos. Es que estos personajes son antihéroes que no han podido conseguir nada de lo que se han propuesto. El tiempo ha pasado y no lo pueden creer. No lo han notado. Parecería entonces que se produce un corte longitudinal en las vidas de esas personas: un final o un nuevo comienzo que se precipita. Y en todo comienzo, o final, hay algo que permanece. Eso que permanece, y que parece desajustado, incongruente, carente de concordancia categorial con el presente, es lo anacrónico: un cruce de tiempos se ofrece en la puesta, que los que saben denominan tempo diferencial, que es aquel que se produce en el cruce de un tiempo empático, intempestivo, y otro crítico, racional y verificador, y es la memoria la que realiza ese cruce, ese montaje de diferencias tan fecundo. ¿En qué se aprecia ese anacronismo? En los vestuarios, en el universo sonoro, en los personajes de esa tragedia romántica que se quiere reponer, en las diferencias de edad entre los protagonistas, incluso en la indefinición temporal que rodea lo que ocurre y que no referencia ningún tiempo en particular y que, dicho sea de paso, abre camino para una omnitemporalidad. Obviamente hay un tiempo dramático, pero, creo, es irrelevante para lo que digo, que se refiere a una dialéctica entre imagen, dato histórico y memoria del espectador. Es decir, me estoy refiriendo a una poética.
Una poética que se concretiza, por supuesto, en un espacio de cruce y convivencia, el living de una casa o departamento, al cual desembocan las demás habitaciones: la cocina, el baño, los dormitorios y la salida al exterior. Ahí, en ese living, se hacen visibles los aprontes que se escuchan en off, las consecuencias de acciones contadas en teichoscopia, e irrumpen los personajes generando quiebres en la acción dramática. Una reminiscencia más que obvia al sainete. 200 grs… es un sainete en el cual cada personaje, excepto uno tal vez, pretende continuar con lo que viene ocurriendo. Por eso el espacio escénico de 200 grs… parece estar dividido en dos: uno privado, los lugares fuera del living, que no se ve, en donde se preparan las acciones que se desarrollarán y donde cada integrante “planea” su intervención. Y otro público, el living, donde se producen los roces, encontronazos y chisperíos que hacen la delicia de nosotros, los espectadores. La iluminación concentra esa atención en un cuadrado bien delimitado, que realza el encierro de los personajes en sus fricciones cotidianas. Han quedado ahí, en una suerte de apilamiento, en el cual todo es de todos y de ninguno. Todo lo que se ve en la escena es signo icónico y se usa. Por eso el afuera prácticamente no tiene ningún referente. El personaje que viene de ese afuera rápidamente se integra y parece haber pertenecido desde siempre ahí. Lo cual me hace pensar: no hay que esperar soluciones del afuera. Las soluciones están en nosotros mismos. Tal vez sea ese el mensaje de la puesta, o por lo menos uno importante. Tal vez en esos espacios internos que no se ven estén esas soluciones, en donde los personajes se enfrentan con ellos mismos y deciden. En donde la protagonista ha decidido que no va a esperar más. Que va a ir en busca de eso que no tiene, tal vez tuvo, y ahora ansía. Y esa decisión es integral, porque el afuera no es solo un lugar físico, es también espiritual. Y ahora hablo de mí, como me suele ocurrir. Tal vez lo importante sean esos momentos en los cuales, en soledad, sin ser visto, uno decide. Porque muchas veces nuestras decisiones se ven entorpecidas, torcidas, afectadas, impregnadas por factores externos que hacen tomar caminos que son vías cerradas. No es que esté mal. Solo es así.
Pero no todo es oculto. En la puesta esos momentos se perciben. Son momentos en los cuales el fragor de la comedia se apaga para dar lugar a una tensión dramática profunda, donde se puede atisbar un abismo de decepción y tristeza, de vulnerabilidad. Pero la comedia es impiadosa con estos momentos. No permite que esas flores de melancolía perduren. Las transforma en fuegos de artificio cuyo sonido es la risa del espectador. Aun así, esos momentos de belleza extática tienen su revancha. Quedan ahí, patentes, en una mezcla de optimismo y obligación de seguir que los guarda en forma de gravedad y seriedad en una vieja valija de viaje.
Para ir cerrando, aunque me cueste porque la comedia es tan rica en inferencias y siento que me queda de nuevo un montón en el tintero, 200 grs… es una puesta lograda, divertida, una comedia sólidamente asentada en sus actuaciones y en sus recursos escénicos, que me hace pensar en la validez universal e inmemorial del género, sobre todo en los tiempos que corren.
Ficha Técnica
200 gramos de mariposas
Dramaturgia: Emilio Ferrero y Héctor García Blanco
Actúan: Marisa Ramírez, Hernán Rosa, Nelda González, Pablo Velázquez, Pablo Rocchietta, Paula Gallo
Asistencia de Dirección: Nicole Chort
Escenografía e iluminación: Diego López
Realización de Videos: Pablo Ramírez
Maquillaje: Marisa Ramírez
Producción y Gráfica: Giselle Wulff
Dirección: Walter Alemandi
Agradecimientos: Uma Alemandi, Dorys Kaplan, Elsa Caffaratti, Marian Ele, Mariano Rubiolo, Pablo Damiani, Carolina Vechietti, Gabriela Cuaranta
Crédito de las fotografías: Pablo Ramírez
A la memoria de Daniel Bonzzi